SENTIDO HOMENAJE

Sigue con la misma ilusión que hace 32 años, ahora con solo 36 la situación ha cambiado.Su abuelo que el fue que el le metió en la sangre y marcó a fuego en el corazón, la Semana Santa Zamorana, ya no está.Falta desde hace más de una década.Al igual que su querida abuela.La única ascendencia que le queda en Zamora es una vieja y consumida hermana de su abuelo que ya no recuerda quien es, ni como avanzaba subiendo San Torcuato el “5 de copas” a su encuentro cerca de su casa de Alfonso de Castro.Tambien se le ha olvidado como sonaba el desafinado Merlú que tocaba el buen amigo de la familia Atilano.Las esquilas del barandales ya no suenan para ella en la residencia en la que se encuentra.

Pero a pesar de todo el sigue con la misma ilusión que hace 32 años.Su madre, que por cierto nació en Viernes Santo, como no podía ser de otra manera, si vive; pero en otra ciudad y la pena y la añoranza la hacen ir a Zamora en Semana Santa un año si y tres no, y este año es uno de los que no.Sin embargo él sigue con la misma ilusión ó incluso más.Él tampoco vive en Zamora desde hace muchos años, pero la lleva en el corazón en cada momento.Su mujer e hijos, dos preciosos hijos aún pequeñines, no son de Zamora, pero él ha conseguido que la amen como si fuese suya.Ellos conocen muy bien la Semana Santa de Zamora y sus dos hijos pertenecen ya a una cofradía y aspiran a entrar en otras dos.El mayor que acaba de cumplir 6 años, nació una víspera de Jueves Santo, como no podía ser de otra manera para seguir la tradición.

Y si, sin casa ya en Zamora, sin familia que hagan que la Semana Santa de Zamora fuera pura magia y la época más entrañable del año, con un montón de recuerdos bajo el caperuz y con la responsabilidad de hacer que sus hijos continúen la tradición y no se pierda en el olvido, el volverá un año más a Zamora en Semana Santa.Volverá a enjuagar lagrimas bajo la túnica al escuchar “Mater Mea” y volverá a recordar aquellas madrugadas de Viernes Santo sin conciliar el sueño en toda la noche, en las que su abuela lo vestía con su impecable túnica de percal negro para que junto con su abuelo, y agarrados de la mano, fueran al encuentro de la marcha de Thalberg justo después de que el merlú de Atilano, su gran amigo, rasgara el silencio de la noche a la puerta de su casa.

Un hombre lo único que no puede perder, son sus raíces, y el no está dispuesto a perderlas.Se lo debe a sus antepasados y se lo debe a sus hijos … y a pesar de todo el sigue con la misma ilusión que hace … toda la vida.

martes, 24 de mayo de 2011

UNA VEZ ME PREGUNTARON ...

Una vez me preguntaron: “¿Por qué vuelves cada año por Semana Santa a Zamora.Por qué sigues viendo cada año todas las procesiones, sin perderte ni una, si siempre es lo mismo ?”

La verdad es que es su dia esa pregunta, quizás por la edad no supe contestarla; aunque es cierto que yo supe en ese momento que si había respuesta, que dentro de mi, quizás en el corazón residía.


Recuerdo como con apenas cinco años y durmiendo la víspera de Viernes santo en casa de mi bisabuela en la calle Alfonso de Castro no había modo alguno de conseguir conciliar el sueño, sabía de sobra que al amanecer vendría mi querido abuelo a despertarme para llevarme con él al descanso de las tres cruces para salir juntos hasta que yo aguantara … quizás hasta Santa Clara ó con un poquito de suerte hasta la plaza Sagasta y no veía el momento de verle entrar por la puerta.

El olor a cera quemada, el retumbar de la banda de cornetas y tambores, el bailar de los pasos al son de “Mater Mea”, el juego de luces y sombras que producían a su paso procesiones como la de Buena Muerte ó Siete Palabras en su transcurrir por Zapatería ó San Cipriano, el recogimiento y silencio al pasar de la procesión de mayores y pequeños, recuerdos grabados a fuego de hachones que desfilaron por mi retina de niño como la majestuosidad de La Lanzada ó nuestro querido Cristo de las Injurias, nuestro impresionante Cristo Yacente enseñándonos su sacrificio por nosotros la noche de Jueves Santo convirtiendo las calles en un improvisado velatorio, el rasgar de la noche que producía el Merlú, el inconfundible repiqueteo de las esquilas del Barandales anunciando que llega la esperada procesión después de un año entero, esa visita obligada cada año al imponente museo de Semana Santa, el bullicio en casa de mi tía abuela Charito Hurtado con unos entrando otros saliendo, el chocar de sartenes y platos en apresuradas cenas para ir a ver la procesión de las doce, apenas sin tiempo después de llegar de ver la de la tarde, el potaje de Viernes Santo en familia con un ir y venir de recuerdos y anécdotas durante la comida, el olor a naftalina cuando sacábamos nuestras túnicas para airear el viernes de dolores y el del las aceitadas recién hechas …


Y ahora, después de treinta años de vivencias, y si, también de ver siempre “las mismas procesiones” y de revivir cada año los mismos recuerdos; miro a los ojos de mis dos hijos, de cinco y tres añitos al pasar la procesión y me convierto de nuevo en el niño que fui, revivo la ilusión que tenía a su edad y agradezco a los seres queridos que ya no están el que en su dia me grabaran a fuego tanto amor por nuestra Semana Santa de Zamora y se que un dia a mis dos hijos alguien les preguntará: “Por qué vuelves cada año por Semana Santa a Zamora.Por qué sigues viendo cada año todas las procesiones, sin perderte ni una, si siempre es lo mismo ?” … y quizás ese dia ellos también sientan que en el fondo de su corazón existe una respuesta que quizás esta por encima del entendimiento.
  

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