La verdad es que es su dia esa pregunta, quizás por la edad no supe contestarla; aunque es cierto que yo supe en ese momento que si había respuesta, que dentro de mi, quizás en el corazón residía.
Recuerdo como con apenas cinco años y durmiendo la víspera de Viernes santo en casa de mi bisabuela en la calle Alfonso de Castro no había modo alguno de conseguir conciliar el sueño, sabía de sobra que al amanecer vendría mi querido abuelo a despertarme para llevarme con él al descanso de las tres cruces para salir juntos hasta que yo aguantara … quizás hasta Santa Clara ó con un poquito de suerte hasta la plaza Sagasta y no veía el momento de verle entrar por la puerta.
El olor a cera quemada, el retumbar de la banda de cornetas y tambores, el bailar de los pasos al son de “Mater Mea”, el juego de luces y sombras que producían a su paso procesiones como la de Buena Muerte ó Siete Palabras en su transcurrir por Zapatería ó San Cipriano, el recogimiento y silencio al pasar de la procesión de mayores y pequeños, recuerdos grabados a fuego de hachones que desfilaron por mi retina de niño como la majestuosidad de La Lanzada ó nuestro querido Cristo de las Injurias, nuestro impresionante Cristo Yacente enseñándonos su sacrificio por nosotros la noche de Jueves Santo convirtiendo las calles en un improvisado velatorio, el rasgar de la noche que producía el Merlú, el inconfundible repiqueteo de las esquilas del Barandales anunciando que llega la esperada procesión después de un año entero, esa visita obligada cada año al imponente museo de Semana Santa, el bullicio en casa de mi tía abuela Charito Hurtado con unos entrando otros saliendo, el chocar de sartenes y platos en apresuradas cenas para ir a ver la procesión de las doce, apenas sin tiempo después de llegar de ver la de la tarde, el potaje de Viernes Santo en familia con un ir y venir de recuerdos y anécdotas durante la comida, el olor a naftalina cuando sacábamos nuestras túnicas para airear el viernes de dolores y el del las aceitadas recién hechas …
Y ahora, después de treinta años de vivencias, y si, también de ver siempre “las mismas procesiones” y de revivir cada año los mismos recuerdos; miro a los ojos de mis dos hijos, de cinco y tres añitos al pasar la procesión y me convierto de nuevo en el niño que fui, revivo la ilusión que tenía a su edad y agradezco a los seres queridos que ya no están el que en su dia me grabaran a fuego tanto amor por nuestra Semana Santa de Zamora y se que un dia a mis dos hijos alguien les preguntará: “Por qué vuelves cada año por Semana Santa a Zamora.Por qué sigues viendo cada año todas las procesiones, sin perderte ni una, si siempre es lo mismo ?” … y quizás ese dia ellos también sientan que en el fondo de su corazón existe una respuesta que quizás esta por encima del entendimiento.
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